viernes, 19 de junio de 2015

Lucha interior

Trabóse en feroz lucha consigo mismo, las probabilidades de ganar o perder eran exactamente iguales. Siempre lo supo, el se había convertido en su mejor rival, su más temido enemigo. Tan bien se conocía que ignoraba cual podría ser el desenlace de la contienda.
Aquello que consideraba su fortaleza era exactamente su debilidad, su mayor confianza en sí mismo era su peor defecto, su más grande debilidad.
La mínima ventaja que podría obtener era la misma que daba. Supo finalmente que ganar también significaría perder, sin embargo en el fondo, muy en el fondo de su ser abrigaba una débil luz de soñadora esperanza. Recordó entonces una leyenda perdida en los albores del tiempo que remitía a un combate similar, donde ambos rivales eran al mismo tiempo retador y retado.
El mismo poder de la leyenda y lo antigua que era, había desdibujado completamente la realidad de aquel hecho, de aquel encuentro, solo había sobrevivido la esencia de ese fantástico combate donde por vez primera hubo uno y a la vez dos combatientes.
Nuevamente y por capricho del destino, volvía a suceder y no satisfecho con eso el destino se ensañó con el arrojándolo a la arena desprovisto de cualquier arma o armadura.
Literalmente desnudo de cuerpo y alma, se presentó batalla a sí mismo, a matar o morir en el intento, mas nunca retroceder, ni renunciar a tan singular designio.
La mañana se presentaba radiante pero a la vez teñida de enigmática ansiedad, su corazón palpitaba queriendo salírsele del pecho, sus músculos tensos, expectantes, estaban atentos al menor estímulo, su mirada aguda y nerviosa, el sudor corría por su frente lentamente como una columna de arena que cae dentro de un reloj de cristal.
Solo podía oír sus confundidos, confusos pensamientos agolpados y febriles, buscando una posible salida, una salida que el mismo no encontraría jamás, simplemente porque no existía.
Podía sentir su propia respiración como si fuera la respiración de un extraño, que lo acechaba tras las sombras de su propio ser.
Sin darse cuenta había abierto la puerta a la desconfianza y esta se había adueñado de la situación impidiéndole cualquier vestigio de cordura o sensatez. 
Y la paranoia no tardó mucho en aparecer para susurrarle al oído secretos inconfesables de él mismo, como si fueran de otro. Se negaba a oír lo que no podía dejar de decirse, su voz interior lo azuzaba en contra de sí mismo, mintiéndole acerca de sus propias intensiones.
El corazón realmente estaba saliendo de su pecho, desbocado en latidos, descontrolado...
La respiración ya estaba dejándolo sin aliento, el aire parecía no llegarle a los pulmones.
Con desesperación sentía que estaba ahogándose, sin saber, sin quererlo, se había llevado las manos al cuello buscando un aire que el mismo se estaba negando.
¿Eran sus manos las que apretaban? Ya no lo sabía, lo único cierto era que tampoco podía gritar o si estaba gritando, no podía oírse.
Lentamente y ante la falta del aire vital, su mente comenzó a desvanecerse, fue perdiendo la conciencia, sentía los últimos y violentos e inútiles latidos del corazón, sus músculos crispados habían finalmente concluido lo que su propia mente había comenzado.
Sin saberlo, se había apagado a sí mismo.
Finalmente había conseguido ganar y perder al mismo tiempo.

lunes, 1 de junio de 2015

Palabras...

Que el hombre es un esclavo de sus propias palabras es tan cierto como que el sol sale todos los días. A veces sería mejor que muchos cerraran la boca y se quedaran callados.