miércoles, 17 de marzo de 2021

El castigo

 

Al abrir la ventana, percibí el olor extraño. Acostumbrado al olor a azahares y jazmines, propios de los jardines del barrio, el olor que entraba inquietaba por lo intenso, penetrante y animal. Volví a cerrar la ventana. Sí, era un olor animal, no había dudas. Había llegado del centro hacía apenas una hora, como pude, sucio, agitado, con el sudor empapándome la ropa. Me senté en el suelo de la cocina, quieto y en silencio. Con la cara aún manchada de sangre.

Al mediodía cuando había ido al bar de la esquina para almorzar, como solía hacer todos los días, había percibido a la gente un poco más alterada que de costumbre. Al pasar escuché a uno de los mozos comentarle a otro comensal, lo trágico que había sido.

-Algo nunca visto, un canal había llegado temprano al lugar y era tremendo lo que se veía.

¿De qué estaban hablando? Llegó mi plato y olvidé por un momento la conversación en la mesa de al lado. Me puse a revisar mi celular, ver mails y las cosas absurdas que todos hacemos, cuando alguien pasó gritando mientras corría por la calle y luego alguien más, y a esos le siguieron varios más gritando en sentido opuesto al tránsito.

- ¡Ya están acá! ¡Hay que escapar! Y así como entró al bar, salió disparado y se perdió en la multitud que se estaba formando afuera.

Pagué mi comida, bah dejé la plata sobre la mesa, el mozo estaba hablando visiblemente alterado con sus compañeros, detrás del mostrador, como si estuvieran deliberando que harían al respecto.

Antes de salir me detuve frente al televisor, en el cual alguien estaba haciendo inútilmente zapping, como buscando alguna respuesta. Como si fuera un collage de imágenes y palabras, alcancé a reconstruir: Tragedia… desaparecidos… confusión… gobierno y autoridades desbordados… policía… caos… muerte.

Busqué inmediatamente alguna referencia en las redes sociales y era la misma confusión, personas que habían o creían haber visto cosas increíbles y espantosas… ¿qué habían visto? Nuevamente imágenes y videos confusos, columnas de humo ascendiendo por aquí y por allá, vehículos subidos a las veredas.

De pronto se sintió un temblor en el suelo, muy leve primero, pero le sucedió otro un poco más intenso y luego otro más fuerte aún. Y juro que en mi vida había visto temblar la tierra, pero ese día la vi temblar y abrirse. Se abrieron grietas en la calle, cayeron postes de luz, semáforos, carteles, luminarias. La luz se interrumpió, los semáforos dejaron de funcionar, los comercios y oficinas del centro, quedaron sin energía eléctrica, accidentes de tránsito ante la falta de semáforos funcionando, la gente saliendo de sus vehículos, con los rostros desencajados de miedo y gritando.

El sol estaba en su cénit, hacía mucho calor, más que el habitual. La gente se atropellaba en la calle, gritaba incoherencias, tropezaba y se caía, se levantaba y seguía corriendo sin rumbo.

De pronto alguien me toca la espalda, era un muchacho delgado, con la cara enrojecida y los ojos inundados, había estado llorando, quería decirme algo, pero no pudo esbozar palabra alguna. Escuché un estruendo, como el aleteo de un pájaro enorme, no podía definirlo y de pronto el muchachito, ya no estaba más. En su lugar quedó un desparramo de ropa y sangre y el eco de un grito levándose. Sangre que me salpicó la cara.

No atiné a decir nada, otra persona me empujó al suelo, con violencia, me gritó algo que no pude entender y nuevamente el estruendo y la explosión de ropas y sangre, y nuevamente esa sangre sobre mí.

Elevé la mirada y me pareció ver ¿pájaros gigantes? Llevando personas en sus garras, en realidad lo que se llevaba eran los restos de esas personas.

La confusión y el terror en la calle ya era total, las personas no sabían hacia donde correr, donde ocultarse. Los pájaros los arrancaban del interior de los automóviles, de los colectivos, del interior de los comercios que había a lo largo de la avenida. Se mezclaba el grito de esas extrañas criaturas, con el grito de las personas cuando eran atrapadas y desmembradas cuando dos o más pájaros, se disputaban un cuerpo.

Pero eso no era todo, cuando el cielo parecía cubrirse con el feroz enjambre de animales alados, surgieron de las bocas del subterráneo, otras criaturas espeluznantes, enormes también, tenían solamente miembros inferiores, era como si no tuvieran brazos o manos, tenían un cuello largo una cabeza pequeña, con grandes mandíbulas y ojos de color sangre. Eran muy rápidas, aprovechando la parálisis inicial de ver semejantes engendros, atrapaban a las personas, con sus dentelladas arrancaban brazos o piernas a quienes intentaban huir. La calle comenzó a cubrirse de sangre.

Estaba frente a una imagen espantosa. Parecía una película de terror clase B, la gente huyendo despavorida y las bestias que caían sobre ellos desgarrando sus cuerpos, salpicando y desparramando sangre y restos humanos. Yo estaba acurrucado en el piso, temblando, en la entrada de un edificio. Sentía que en cualquier momento alguna de aquellas horribles criaturas podía encontrarme allí, tirado en el piso, indefenso, inmóvil.

Me levanté como pude, me crucé con una chica que absorta, grababa en su celular las horribles imágenes a su alrededor, seguí corriendo contra la pared y al llegar a la esquina, giré la cabeza para ver a la chica, lo único que vi fue un destello rojo y el celular, aún sostenido por su mano, cayendo a la vereda.

Corrí, me arrastré, me escondí, grité, me cubrí la cabeza con las manos como si eso fuera suficiente para ocultarme de aquellas criaturas infernales. Mi corazón cabalgaba en mi pecho como si fuera a salirse, me dolían las piernas, las manos, me ardían los ojos por el humo y el olor metiéndose por mis fosas nasales.

Seguí corriendo y caminando y cayendo y levantándome. Caía la tarde, sentí en alguna parte de mi mente que el fin estaba cerca. Fue en ese momento que pensé en mi hijo, que maldito egoísta, nunca había pensado en él. Pero no era mi culpa después de todo, si no estaba conmigo no era por mi culpa. Pero ya no importaba de quien era la culpa.

Llegué a mi casa. Increíblemente aún tenía las llaves en mi bolsillo. Las saqué y se me cayeron, me agaché para levantarlas y sentí el golpe de un cuerpo cayendo contra la puerta de calle. Era uno de esos monstruos alados que se había abalanzado sobre mí, pero en mi lugar, se encontró con la puerta de blindex, por un instante crucé con la mirada, la suya y en esos ojos rojos, me vi reflejado, su aturdimiento me permitió abrir la puerta y entrar rápidamente. Entré corriendo y mientras me alejaba hacia el interior del edificio, sentí en mi nuca, la mirada espantosa de aquella bestia salida del infierno.

¿Cuándo terminaría aquello? Parecía un castigo divino, ¿de dónde habían salido aquellas criaturas? ¿sería ese el fin del mundo? ¿era así como pagaríamos nuestros pecados, sin advertencia alguna? El olor ya había entrado al departamento, era nauseabundo, asqueroso, lo tenía pegado en el cuerpo, claro, la sangre en la cual estaba bañado, era eso y el calor. Seguía sentado contra la pared en el piso de la cocina, esperando. Y el olor que lo llenaba todo y mi cabeza que no paraba de recordar todo lo que había vivido en la calle, horas atrás. Seguía escuchando el alarido de las personas atacadas, las corridas, el ruido de las alas inmensas, el golpe de los cuerpos que caían luego de ser elevadas de la calle, los pesados pasos de las otras criaturas sin brazos y de grandes mandíbulas y cabeza pequeña. Corrían en manada, como cazando, con chillidos agudos. Podía oírlos desde donde yo estaba, disputándose los cuerpos aún con vida. A lo lejos me pareció oír vidrios estallando. Los chillidos, los alaridos, los gritos, graznidos, aullidos, sonidos animales pero espantosos y aterradores.

¿Qué habíamos hecho? ¿De dónde habían salido, del infierno, del cielo, de laboratorios ocultos, de la imaginación de improbables escritores? ¿Estaría soñando una pesadilla espantosa? ¿Despertaría alguna vez? Más ruido de vidrios rotos, de maderas desgarradas. Y el hedor asqueroso cada vez más intenso, pero… la ventana estaba cerrada. Y algo que se arrastraba por el piso, me pareció oír, pero ya no sabía qué. Mis sentidos ya no me servían de mucho, no estaba seguro de nada. Tan extrañado me sentía que no percibí cuando se acercaron, levanté la cabeza y frente a mí, vi nuevamente, mi propio reflejo en aquellos ojos rojos.