lunes, 22 de julio de 2019

Navidad o un recuerdo bonito.

24 de diciembre. Una Navidad más, un año menos, un poco más viejo, un poco más sabio? Van quedando menos seres amados, vamos quedando un poco más solos. Es inevitable pensar en estas cosas en este momento. Hay cosas por las cuales sentirse afortunados, creer de verdad en que la felicidad existe y tiene los ojos de nuestros hijos, de mi hija. Para mí personalmente ella es lo mejor que he podido hacer con la vida. Si hoy tuviera que rendirle cuentas a alguien superior, le diría que lo mejor que me sucedió en la vida es mi hija; porque después de ella, no hay mucho más de lo cual sentirme orgulloso.
No obstante hay tantas cosas que agradecer a la vida. Y siempre queda poco tiempo para eso. Para agradecer.
Cuando empecé a escribir esto, a fines del 2017, hace un par de años, mi viejita todavía estaba con nosotros. Marzo de 2019, nos dijo que ya era su hora. Que había sido suficiente. Que había hecho lo necesario por todos nosotros. Fui testigo impotente, frente a esa enfermedad que se la fue llevando poco a poco. Ya no se cuando habrá sido la última vez que pudimos hablar de manera razonable. Fui viendo como poco a poco se fue apagando su luz que supo ser inmensa y brillante. Cuanto duró ese triste proceso, 4 - 5 años, o más. Como saberlo. Y a mí ¿cuánto me llevó darme cuenta de lo evidente e inexorable. Al principio era no querer ver el problema, ya estaba ahí. Era mejor convencerse de lo contrario. Me decía a mi mismo que era distracción, capricho, que "estaba grande", cualquier cosa era mejor que pensar en lo inevitable.
Y me queda infinidad de recuerdos, que solo yo guardo ahora. ¿Que hubo cosas que no dije nunca? seguramente, siempre y para siempre. Pero no voy a pensar en eso y mejor pensar en las que dije y lo que pude hacer por ella.
Las últimas dos Navidades, ya no estuvo en casa, ya estaba al cuidado de otras personas, desconocidas, pero que supieron ocuparse de ella. Ya no podía quedarse en su casa, era peligroso para ella misma. Pobrecita, por momentos sabía que no estaba en su casa y una duda tan grande como la culpa que me embargaba, había comenzado a echar raíces en mi mente: que casa recordaba ella, cual era a donde ella quería volver siempre y me pedía una y otra vez, una y otra vez rogándome para que la llevara de vuelta. Aunque también me decía que quería venir a mi casa, los pocos fogonazos de lucidez que podía tener brevemente, le daban la suficiente claridad para saber donde vivía yo y con quienes.
Yo creo que en nuestra vejez vienen a visitarnos antiguos fantasmas que alguna vez creamos. Y esos fantasmas tienen para nosotros rostros familiares, conocidos, pero que sin embargo vienen a interpelarnos acerca nuestra vida y como nos hemos conducido a lo largo y ancho de ella. O tal vez no es así, pero es mejor creerlo, solo como mecanismo de autocastigo, porque así lo creemos mejor.
La vida continúa. No es ningún misterio. Es así nada más y nada menos. Y yo sigo aquí tratando de recordarla lo mejor posible