domingo, 26 de diciembre de 2021

Antepenúltimas palabras

 Este año, que está dando sus últimos pasos, ha sido (es todavía) el segundo de esta pandemia. Entre el año pasado y este han sucedido muchísimas cosas y algunas de ellas, me han sucedido personalmente a mí, si cabe la expresión y a riesgo de ser redundante y autorreferencial. 

No he sido este año tampoco un gran escritor de crónicas o ficciones, recuerdo que tuve un breve intento a principios del mismo, asistiendo a un taller virtual online de escritura y gracias al cual, me vi impelido a escribir un poco. De hecho algunas historias que comencé, sería interesante continuarlas en algún momento. 

Aún así me pregunto para qué escribo? esto mismo o lo otro que ha quedado inconcluso por ahí. Para mí en primer lugar, porque quiero hacerlo y ciertamente me gustaría hacerlo con mayor continuidad, con mayor frecuencia, porque ideas suelo tener y estoy convencido de que esforzándome un poco más, hay más de donde salen aquellas. Solo necesito continuidad, perseverancia y algo de esfuerzo. En mi cabeza hay muchos personajes, historias, fragmentos de algos que no se bien que podrían ser y que tal vez nunca sepa, pero que sin embargo ahí están, esperando que les de lugar en una hoja de papel real o virtual. 

Se muy bien que lo artístico me rodea, me ha rodeado y creo, seguirá haciéndolo. Actualmente mi creatividad la estoy volcando a la creación de objetos y personajes en madera, básicamente. Estoy feliz de que esto esté sucediendo y sobre todo, de que haya un público, insipiente aún, que aprecie lo que hago. Es un largo camino, sin dudas y lo estoy transitando despacio y a los tropezones por momentos. Pero lo sigo desandando todavía, aprendiendo mucho. Hace poco más de dos meses que estoy yendo a una feria de Artesanos en Avellaneda, donde conseguí una mesa para poder exhibir y vender mis objetos y personajes. Hubo días que vendí varios objetos y hubo días que no vendí nada. Estoy asimilando poco a poco la idea de que lo que hago, no puede ser apreciado por todas las personas. Lo voy entendiendo poco a poco y tengo que aceptarlo, por supuesto. Es como un trabajo de hormiga ciertamente, lento, pero seguro. No debo dejarme vencer por la ansiedad, aunque es muy difícil por cierto. Veo continuamente como otros compañeros o compañeras venden sus cosas, sean del material que sean con mayor frecuencia y facilidad. Veo como las personas gastan su dinero en otros puestos y no lo gastan en el mío. Me cuesta mucho aceptar eso todavía, pero ciertamente estoy tratando de entender que así debe ser. Debo tener en claro que hace muy poco tiempo que estoy en esto, que mis objetos y figuras deben darse a conocer más todavía, que aquella persona que un día pasó por donde yo estaba, no advirtió mi mesa, que tal vez otro día pasó con más detenimiento y los vio, y que por último en algún momento alguno de ellos, les llame la atención por algo, tal como han sido aquellos objetos que me fueron comprando. Porque cuando consigo intercambiar algunas palabras, me doy cuenta que hay una pequeña historia detrás de esa elección que hicieron de mis objetos. Y eso sinceramente, me llena el alma. La alegría que siento en mi corazón, es inmensa. Es una palmada en mi espalda, es una caricia a mi corazón el saber que uno de esos objetos, va a estar en la casa de alguien, porque fue elegido entre muchas otras cosas para formar parte de ese hogar, del universo de otra persona.

Estoy recogiendo mis impresiones en otro escrito que se llama: Días de Feria, allí voy escribiendo aquellas impresiones diarias sin mucha rigurosidad, sin pretensiones siquiera, apenas algunos apuntes que van surgiendo durante mis días en la feria de Artesanos de Avellaneda. Y voy recogiendo también las palabras de algunas de las personas que han sido amables conmigo y mis creaciones. "Te felicito por las cosas que haces", "Haces cosas muy lindas", "Gracias por tu arte", son algunas de las expresiones que recibí y creo que justifican enormemente lo que hago. En ningún lado está escrito que el camino del arte, el camino que emprende un artista sea fácil. Me siento afortunado, bendecido, privilegiado al tener esta sensibilidad y al poder expresarme y compartir esto que hago con infinito amor. 

Realmente no se cuando regrese a este lugar para escribir, talvez pasen algunos días o tal vez algunos meses. Por lo menos lo que siento ahora, pude dejarlo aquí reflejado como pude. 

Aunque por delante haya una gran incertidumbre sobre lo que vaya a suceder o como vayan a darse las cosas, algunas muy pequeñas e importantes, creo que ya están donde deben estar.

Muchas gracias.

viernes, 18 de junio de 2021

manifiesto

 

Es un manifiesto, una declaración de principios. 

Los objetos creados tienen una identidad propia, son únicos, pero tienen el mismo ADN. La idea, la voluntad creadora permite que conecten y se comuniquen, se expresen aún en silencio, pero con personalidad. A partir de ciertas formas, evocan recuerdos, la naturalidad de sus texturas, transmiten emociones tal vez olvidadas. Cuando los vemos, vemos mucho más que la suma de las partes. Cuando están frente a nosotros, vemos una idea concreta. Vemos la materialización de un sueño. Vemos la nueva oportunidad que nos da el Universo de encontrar algo bello, de recuperar aquello que extraviamos y que nos devuelva una sonrisa. Y porque están escondidos en cada pedazo de madera que encuentro, lo único que me queda, es permitir que ustedes también los encuentren y conozcan.

domingo, 6 de junio de 2021

¿Qué es la Patria?

 


                                   “La Patria no tiene que ver con la política, sino con los sentimientos.”

 

Ciertamente la Patria es más un sentimiento que un concepto al cual se arriba luego de un ejercicio intelectual. Definiciones puede haber muchas, tantas como patriotas podamos contar entre nosotros. Patria es el sentimiento que nos une con alguien más que haya nacido aquí o que se sienta argentino, aunque no haya nacido aquí. A lo largo de nuestra dolorosa, joven, esperanzadora, cruel, terrible, sensible, apasionante, tremenda historia hubo quienes han adoptado estas latitudes, la han elegido y eso marca una diferencia, nosotros no la elegimos, pero todos la padecemos. Esta historia de la cual somos partícipes, nos precede y nos sucede en este preciso momento. La experiencia de la Patria es absolutamente intransferible, cada uno llega a sentirla de manera diferente y tal vez pueda ser también un sentimiento que no tiene nombre ni razón de ser, pero que sí puede tener un rostro, una mirada, una palabra que le dé un significado, un sentido. ¿Y cuál es el símbolo que mejor representa a la patria? Como escribe Ernesto Sabato en un pasaje de su monumental obra: Sobre Héroes y Tumbas, más precisamente en el Romance de la Muerte de Juan Lavalle y donde nos habla de los colores celeste y colorado, que son los colores que representaban por aquellos días a Unitarios y Federales, enfrentados en una absurda guerra entre hermanos, una guerra que derramó la sangre de unos a manos de los otros, empujados por oscuros intereses. Fragmento donde Sabato, nos dice que con el tiempo aquellos ponchos colorados y celestes, se vuelven un poco como “el color inmortal de la tierra”, cuando finalmente no se sabe bien que representaban. Pero también un símbolo de la Patria es un gol eterno de Maradona, personaje tan nuestro como contradictorio, que representa sin duda alguna, el sentimiento patriótico, según miles (por no decir millones) de argentinos. Y también una bandera manchada de sangre, ondeando en las Islas Malvinas. Y para otros la Patria está en la mirada de sus hijos, en la de sus padres, en la de sus hermanos y hermanas, de su gente. Esa Patria aún está presente en la confusa idea que tenemos de la Patria.

 

domingo, 18 de abril de 2021

Palabras nocturnas

  

Hace algún tiempo que no pasaba por acá para dejar algunas impresiones escritas sobre mi manera de pensar y ver las cosas.

Todos los días me levanto agradeciendo por un nuevo día, cada día me levanto agradeciendo al Universo, por el cielo que está sobre mi cabeza. Hace dos años se fue mi mamá, creo que en ese momento entendí que aceptar y agradecer, como dicen ahora, es todo lo que está bien. En ese momento, acepté que era el momento que ella se fuera y el momento de agradecerle por la vida que me dio. Hoy tengo 56 años, una hermosa familia compuesta por Gabriela y Milagros (madre e hija), la incertidumbre por haber perdido el trabajo por causas que me han excedido, y tal vez la certidumbre de que todo estará bien, aunque no lo sepa realmente. Entonces aceptar y agradecer, ha formado parte de mí.

Porque se trata de aceptar las cosas buenas y malas, pero también de agradecer por las cosas buenas y malas. Y también aceptar y agradecer por aquellas cosas que no son ni buenas ni malas. Cada día es un interrogante, que no siempre se responde y está bueno que no se respondan para que la historia tenga sentido.

Y hoy estoy aquí, escribiendo como suelo hacer de vez en cuando, porque es lo que hago además de tratar de pintar o de crear pequeñas criaturitas u objetos de madera y alambre, para tratar de encontrarle alguna explicación a las cosas que vienen sucediendo, en este Universo. Una explicación que no viene en forma de palabras y que trato de encontrar haciendo arte, a mi manera.

Pero estamos en el 2021 y parecemos sobrevivientes de una guerra que nunca sucedió. Juntando los restos que todavía están cayendo por todas partes. Sentarse un día frente a la televisión haciendo zapping por los noticieros, es una manera muy efectiva de envenenarse. Sin embargo, no está todo dicho, todavía trato de encontrar el sentido y todavía sigo teniendo esperanzas, porque como dicen, la única guerra que se pierde, es la que se abandona.

Yo creo que mientras tenga algo para decir, lo seguiré haciendo de esta manera o de la otra, buscando formas sobre una tela o un papel o un pedazo de madera. Y por eso sigo dando las gracias, cada uno de los días. Y sigo aceptando mi lugar.

 

miércoles, 17 de marzo de 2021

El castigo

 

Al abrir la ventana, percibí el olor extraño. Acostumbrado al olor a azahares y jazmines, propios de los jardines del barrio, el olor que entraba inquietaba por lo intenso, penetrante y animal. Volví a cerrar la ventana. Sí, era un olor animal, no había dudas. Había llegado del centro hacía apenas una hora, como pude, sucio, agitado, con el sudor empapándome la ropa. Me senté en el suelo de la cocina, quieto y en silencio. Con la cara aún manchada de sangre.

Al mediodía cuando había ido al bar de la esquina para almorzar, como solía hacer todos los días, había percibido a la gente un poco más alterada que de costumbre. Al pasar escuché a uno de los mozos comentarle a otro comensal, lo trágico que había sido.

-Algo nunca visto, un canal había llegado temprano al lugar y era tremendo lo que se veía.

¿De qué estaban hablando? Llegó mi plato y olvidé por un momento la conversación en la mesa de al lado. Me puse a revisar mi celular, ver mails y las cosas absurdas que todos hacemos, cuando alguien pasó gritando mientras corría por la calle y luego alguien más, y a esos le siguieron varios más gritando en sentido opuesto al tránsito.

- ¡Ya están acá! ¡Hay que escapar! Y así como entró al bar, salió disparado y se perdió en la multitud que se estaba formando afuera.

Pagué mi comida, bah dejé la plata sobre la mesa, el mozo estaba hablando visiblemente alterado con sus compañeros, detrás del mostrador, como si estuvieran deliberando que harían al respecto.

Antes de salir me detuve frente al televisor, en el cual alguien estaba haciendo inútilmente zapping, como buscando alguna respuesta. Como si fuera un collage de imágenes y palabras, alcancé a reconstruir: Tragedia… desaparecidos… confusión… gobierno y autoridades desbordados… policía… caos… muerte.

Busqué inmediatamente alguna referencia en las redes sociales y era la misma confusión, personas que habían o creían haber visto cosas increíbles y espantosas… ¿qué habían visto? Nuevamente imágenes y videos confusos, columnas de humo ascendiendo por aquí y por allá, vehículos subidos a las veredas.

De pronto se sintió un temblor en el suelo, muy leve primero, pero le sucedió otro un poco más intenso y luego otro más fuerte aún. Y juro que en mi vida había visto temblar la tierra, pero ese día la vi temblar y abrirse. Se abrieron grietas en la calle, cayeron postes de luz, semáforos, carteles, luminarias. La luz se interrumpió, los semáforos dejaron de funcionar, los comercios y oficinas del centro, quedaron sin energía eléctrica, accidentes de tránsito ante la falta de semáforos funcionando, la gente saliendo de sus vehículos, con los rostros desencajados de miedo y gritando.

El sol estaba en su cénit, hacía mucho calor, más que el habitual. La gente se atropellaba en la calle, gritaba incoherencias, tropezaba y se caía, se levantaba y seguía corriendo sin rumbo.

De pronto alguien me toca la espalda, era un muchacho delgado, con la cara enrojecida y los ojos inundados, había estado llorando, quería decirme algo, pero no pudo esbozar palabra alguna. Escuché un estruendo, como el aleteo de un pájaro enorme, no podía definirlo y de pronto el muchachito, ya no estaba más. En su lugar quedó un desparramo de ropa y sangre y el eco de un grito levándose. Sangre que me salpicó la cara.

No atiné a decir nada, otra persona me empujó al suelo, con violencia, me gritó algo que no pude entender y nuevamente el estruendo y la explosión de ropas y sangre, y nuevamente esa sangre sobre mí.

Elevé la mirada y me pareció ver ¿pájaros gigantes? Llevando personas en sus garras, en realidad lo que se llevaba eran los restos de esas personas.

La confusión y el terror en la calle ya era total, las personas no sabían hacia donde correr, donde ocultarse. Los pájaros los arrancaban del interior de los automóviles, de los colectivos, del interior de los comercios que había a lo largo de la avenida. Se mezclaba el grito de esas extrañas criaturas, con el grito de las personas cuando eran atrapadas y desmembradas cuando dos o más pájaros, se disputaban un cuerpo.

Pero eso no era todo, cuando el cielo parecía cubrirse con el feroz enjambre de animales alados, surgieron de las bocas del subterráneo, otras criaturas espeluznantes, enormes también, tenían solamente miembros inferiores, era como si no tuvieran brazos o manos, tenían un cuello largo una cabeza pequeña, con grandes mandíbulas y ojos de color sangre. Eran muy rápidas, aprovechando la parálisis inicial de ver semejantes engendros, atrapaban a las personas, con sus dentelladas arrancaban brazos o piernas a quienes intentaban huir. La calle comenzó a cubrirse de sangre.

Estaba frente a una imagen espantosa. Parecía una película de terror clase B, la gente huyendo despavorida y las bestias que caían sobre ellos desgarrando sus cuerpos, salpicando y desparramando sangre y restos humanos. Yo estaba acurrucado en el piso, temblando, en la entrada de un edificio. Sentía que en cualquier momento alguna de aquellas horribles criaturas podía encontrarme allí, tirado en el piso, indefenso, inmóvil.

Me levanté como pude, me crucé con una chica que absorta, grababa en su celular las horribles imágenes a su alrededor, seguí corriendo contra la pared y al llegar a la esquina, giré la cabeza para ver a la chica, lo único que vi fue un destello rojo y el celular, aún sostenido por su mano, cayendo a la vereda.

Corrí, me arrastré, me escondí, grité, me cubrí la cabeza con las manos como si eso fuera suficiente para ocultarme de aquellas criaturas infernales. Mi corazón cabalgaba en mi pecho como si fuera a salirse, me dolían las piernas, las manos, me ardían los ojos por el humo y el olor metiéndose por mis fosas nasales.

Seguí corriendo y caminando y cayendo y levantándome. Caía la tarde, sentí en alguna parte de mi mente que el fin estaba cerca. Fue en ese momento que pensé en mi hijo, que maldito egoísta, nunca había pensado en él. Pero no era mi culpa después de todo, si no estaba conmigo no era por mi culpa. Pero ya no importaba de quien era la culpa.

Llegué a mi casa. Increíblemente aún tenía las llaves en mi bolsillo. Las saqué y se me cayeron, me agaché para levantarlas y sentí el golpe de un cuerpo cayendo contra la puerta de calle. Era uno de esos monstruos alados que se había abalanzado sobre mí, pero en mi lugar, se encontró con la puerta de blindex, por un instante crucé con la mirada, la suya y en esos ojos rojos, me vi reflejado, su aturdimiento me permitió abrir la puerta y entrar rápidamente. Entré corriendo y mientras me alejaba hacia el interior del edificio, sentí en mi nuca, la mirada espantosa de aquella bestia salida del infierno.

¿Cuándo terminaría aquello? Parecía un castigo divino, ¿de dónde habían salido aquellas criaturas? ¿sería ese el fin del mundo? ¿era así como pagaríamos nuestros pecados, sin advertencia alguna? El olor ya había entrado al departamento, era nauseabundo, asqueroso, lo tenía pegado en el cuerpo, claro, la sangre en la cual estaba bañado, era eso y el calor. Seguía sentado contra la pared en el piso de la cocina, esperando. Y el olor que lo llenaba todo y mi cabeza que no paraba de recordar todo lo que había vivido en la calle, horas atrás. Seguía escuchando el alarido de las personas atacadas, las corridas, el ruido de las alas inmensas, el golpe de los cuerpos que caían luego de ser elevadas de la calle, los pesados pasos de las otras criaturas sin brazos y de grandes mandíbulas y cabeza pequeña. Corrían en manada, como cazando, con chillidos agudos. Podía oírlos desde donde yo estaba, disputándose los cuerpos aún con vida. A lo lejos me pareció oír vidrios estallando. Los chillidos, los alaridos, los gritos, graznidos, aullidos, sonidos animales pero espantosos y aterradores.

¿Qué habíamos hecho? ¿De dónde habían salido, del infierno, del cielo, de laboratorios ocultos, de la imaginación de improbables escritores? ¿Estaría soñando una pesadilla espantosa? ¿Despertaría alguna vez? Más ruido de vidrios rotos, de maderas desgarradas. Y el hedor asqueroso cada vez más intenso, pero… la ventana estaba cerrada. Y algo que se arrastraba por el piso, me pareció oír, pero ya no sabía qué. Mis sentidos ya no me servían de mucho, no estaba seguro de nada. Tan extrañado me sentía que no percibí cuando se acercaron, levanté la cabeza y frente a mí, vi nuevamente, mi propio reflejo en aquellos ojos rojos. 

 

 

 

martes, 23 de febrero de 2021

Las medias de distinto color

 

Se vistió tan rápido como pudo, cuando llegó a la calle, se dio cuenta que tenía dos medias diferentes.

Así había comenzado su día.

El despertador sonaba todos los días a las 6:45, aquel día no lo oyó. Cuando el rayo de sol que entraba todos los días por la ventana, toco su cara, lo siguiente que vio fugazmente fueron los dígitos del reloj: 7:25. El ritual diario de despertar y tomarse un breve momento para desperezarse, ese día estuvo ausente. Tuvo que obviar todo lo demás, las flexiones en el piso, la limpieza de sus dientes, el café de cápsula, las tostadas y darle de comer a su gata.

En la calle y aún aturdido por haberse levantado tarde, no pudo reconocer nada, porque a la hora que llegó a la vereda, 7:50, el mundo era diferente.

¿Cómo podía haber cambiado tanto el mundo en apenas una hora?

Corrió hasta la boca del subte y se encontró con más gente que lo habitual, se sentía como un extraño, en una ciudad diferente; incluso en el puesto de diarios, no estaba el canillita de siempre, en su lugar había un hombre de piel aceitunada, bigotes tupidos y gesto huraño.

No era la primera vez que se quedaba dormido por la mañana, pero ese día, sin saber por qué, era diferente. Porque hasta el subte le pareció distinto cuando lo abordó, pero todo lo atribuía al horario diferente. Y qué decir de las personas, porque también las personas se le antojaban distintos y le había parecido que no los podía entender al hablar, ¿tan dormido podía estar? –Turistas (se dijo, a modo de consuelo) pero que raro, no suele haber turistas en esta parte de la ciudad. Ciertamente el subte línea D, a veces podía ser algo cosmopolita, pero un miércoles a las 8:15, sonaba raro.

Buscó su celular para avisar que llegaría tarde, pero no consiguió señal para enviar el mensaje. Las siete estaciones que debía recorrer se hacían eternas, sin embargo, notó algo extraño, mientras intentaba con el teléfono enviar infructuosamente el mensaje, ¿en qué estación estaba o al menos cual acababa de dejar? No podía identificarla, porque los carteles eran diferentes, le resultaban ilegibles, no entendía el lenguaje ¿qué estaba pasando?

Cuando el tren finalmente se detuvo, no lo dudó y se bajó. Nada le era familiar en aquella estación subterránea, ni las publicidades, ni los carteles indicativos, ni las personas que trajinaban junto a él, le pareció ver multiplicado el rostro del encargado del puesto de diarios, no exactamente, pero muy parecidos a aquel, eran hombres con gestos distantes, serios, algunos con bigotes, otros con bigote y barba, la prenda que usaban eran oscuras, de tonos grisáceos y le llamó la atención no haberse cruzado con mujeres, ni una sola mujer desde que había bajado a la calle, desde su departamento. ¿Qué estaba pasando?

Y no entendía lo que hablaban, no entendía la lengua de aquellos hombres tan iguales entre sí y tan diferentes a él.

Llegó finalmente a la calle, hacía frío, estaba nublado, inútilmente trató de comunicarse con alguno de aquellos hombres, lo miraban extrañados, sin comprenderlo, casi con temor, tampoco podía utilizar el teléfono, no tenía servicio.

Aterrado avanzó por la vereda, tratándose de comunicar con alguien, las personas que se cruzaba lo miraba con desconfianza sin comprenderlo. Sentía frío, llevaba una remera celeste que contrastaba con la ropa de abrigo oscura de aquellas personas.

Se detuvo por un momento tratando de pensar, lo primero que se le ocurrió era que aún estaba dormido, eso era, se tranquilizó esperando despertar pronto. –Vaya susto, les contaría a los muchachos el jueves cuando se reuniera con ellos a jugar al fútbol, -una locura, me quedé dormido y me desperté en otro lugar... Pero no despertó.

Trató de hablar nuevamente con las personas, pero se alejaban de él. En la esquina, vio lo que parecían ser policías. Se acercó hablándoles a los gritos y visiblemente nervioso, no se le entendía que decía, ellos no le entendían, se miraban entre sí. Él tomó por el brazo a uno de ellos, para poner énfasis al tratar de contarles la desesperante situación que estaba atravesando. Los agentes al mirarse entre sí, asintieron con la cabeza sin decir nada, uno de ellos se separó un poco para comunicarse por radio, mientras el otro a su vez sujetó firmemente al pobre infeliz que vociferaba y lloraba desesperado, sin hacerse comprender.

No pasaron muchos minutos hasta que apareció un móvil policial de color azul oscuro y luces rojas, cuando llegó, ambos agentes sujetaron al desesperado protagonista de esta historia, lo inmovilizaron con los brazos detrás del cuerpo colocándole un precinto plástico, y lo subieron rápidamente al vehículo.

-Este es el que nos faltaba, ya están todos localizados y asegurados.

-Es muy raro que algo así suceda, posiblemente un bucle del programa, haya causado este inconveniente. Los técnicos se encargarán.

-Dicen también que a veces los programadores insertan pequeños saltos, algún algoritmo defectuoso a propósito para divertirse, para ver qué sucede, como una canilla goteando infinitamente, una llave de luz, que no la apaga, un par de medias de distintos colores.

                        

domingo, 14 de febrero de 2021

El cajón de madera

 Últimamente me encuentro “buceando” en mis recuerdos de infancia. Supongo que la edad impulsa esta clase de actividad. Al ir convirtiéndome en una persona mayor, si es que ya no lo soy, va surgiendo la necesidad de recordar hechos, momentos, instantes de mi pasada infancia.

El recuerdo que voy a referir, es un fragmento, digo, apenas es un recuerdo. Yo viví buena parte de mi infancia en el campo, y digo esto porque pasar los tres meses de vacaciones de verano, es hablar de buena parte de la infancia. Y eso sin duda, marcó la mía. Tengo delante de mí un sin número de imágenes vívidas de aquellos momentos, como nítidas fotografías a color. Y repito que son fragmentos, no son recuerdos completos, fragmentos que quiero reconstruir. Tengo en mi memoria haber sido oyente involuntario de las historias contadas por los mayores: tíos/as, abuelos/as, tíos/as abuelos/as y otros adultos que ya no recuerdo quienes eran, pero que allí estaban. El recuerdo al que me refiero, no es nada agradable, diría más bien cruel.

Cierto día estando allí, ya no sé exactamente dónde oí esta historia, junto a otros de la familia, recuerdo haber oído la historia de un niño pequeño, de tal vez uno o dos años, hijo de ya no sé quiénes, y que aparentemente había nacido con alguna clase de retraso madurativo, esto lo agrego yo, porque no es lo que deben haber dicho originalmente, pero era por cierto el último nacido de varios otros hijos de esa familia. Lo que si recuerdo es que estaban contando que lo tenían dentro de un cajón de madera, de frutas podría ser. Debido a que no era “normal”, lo tenían allí, prácticamente como un pequeño animal, semidesnudo, sucio con sus propias miserias, desatendido, al no poder ni saber ocuparse de él su propia familia. Reitero que esto lo estaba contando alguien de mi familia y que supuestamente, había sucedido en otra familia tal vez parienta de la mía. En fin, es lo que recuerdo. No hay mucho más que agregar, solo que la imagen de un niño pequeño, dentro de un cajón de madera, desnudo, sucio, arrastrándose allí, delante de su familia sin que nadie tuviera la más mínima compasión, me ha ido persiguiendo desde hace muchos años. Y quería compartirla antes de olvidarla. Porque el olvido va haciendo agujeros cada vez más grandes en mi memoria.

sábado, 13 de febrero de 2021

Carta

 

Wilde 10 de febrero de 2021

 

Querido don Ernesto:

            Si bien hace casi diez años que nos dejó físicamente, su presencia alcanza para cubrir cualquier ausencia aparente.

            Pocos argentinos como usted, sintió y amó tanto a nuestra querida Patria, así con mayúscula como gustaba escribirlo y que en realidad usted hubiera preferido llamar Matria, por el sentimiento maternal hacia la tierra que nos vio nacer a nosotros y nuestros ancestros. Tierra sobre la cual se derramó tanta sangre de hermanos, en pos de la construcción de una nación, nuestra nación.

            Leo y releo sus palabras tratando de encontrar algún indicio, alguna respuesta, algo entre líneas, que me permita sobrellevar la carga de la existencia, algo que me permita entender tanto dolor e injusticia. Repaso las páginas de sus libros una y otra vez, tratando de encontrar el consuelo ante la inequidad y la indiferencia, de unos contra otros. Y lo que encuentro son aquellos personajes que poblaron sus novelas, seres ficticios que nos han demostrado la fragilidad, pero a la vez la fortaleza, del ser humano. Personajes universales, que, a pesar de todo, eligen la vida.

            Agradezco al Universo haberme cruzado con sus libros, don Ernesto, agradezco sus amables palabras impresas en ellos, pero también las manuscritas que me dedicó alguna vez.

            Espero esté bien allí, donde esté. Quiero que sepa que no hay día que pase sin recordarlo. Un abrazo grande y gracias.

Luis

           

           

 

lunes, 25 de enero de 2021

Basquiat, nuestro gato.

 

Al describir un gato, debemos tener en cuenta principalmente dos hechos. Por un lado, su personalidad, indudablemente la tienen y por otro, su aspecto físico, pelo liso, peludo, pelado, flaco, gordo, alto, bajito, etc.

Basqui, como lo bautizó mi hija, en honor a Basquiat, el pintor expresionista afroamericano estadounidense, es único, como todos y cada uno de los gatos hogareños.

Mili, lo adoptó hace casi dos años con poquitos meses de vida. Ella se había enterado a través de Facebook, que una chica tenía en adopción tres gatitos negros.

Una tarde de otoño, ella se fue en búsqueda de uno de ellos, había arreglado con esta chica, la adopción de un machito, del cual habíamos visto un par de fotos días antes de la adopción.

Lo trajo dentro de su mochila, cuando la abrió salió del interior un gatito negro, flaco y orejudo con una leve manchita blanca en el pecho. Salió cautelosamente, con el lomo muy chato, desconfiado y con los ojos muy grandes, las pupilas dilatadas, mirando todo con atención, recorriendo lentamente los alrededores del living, olfateando el lugar con prudencia. Nosotros ya teníamos a Blue, una gatita, también rescatada, de tres años, con una personalidad también muy marcada, bastante arisca, sociable solo cuando ella lo deseaba y no con cualquier persona, aceptaba mimos cuando ella quería. Se nos presentó como familia un interrogante acerca de si Blue aceptaría al nuevo integrante del clan. Ella percibió inmediatamente la nueva presencia. Debo decir aquí, que antes que Blue, ya teníamos dos perritas caniches, la mayor, Violeta de color blanco, con dieciocho años y Lulú, una caniche enana de color negro, de unos seis años, más o menos.

O sea que Blue, como dije, inmediatamente percibió la nueva presencia, al acercarse para olfatearse con el recién llegado, ella reaccionó como era esperable, con un rugido y los pelos del lomo erizados, no estaba feliz por el recién llegado, tenía también las pupilas dilatadas y las orejas pegaditas a la cabeza, en alerta.

Como el gatito recién incorporado era muy pequeño aún, debíamos cuidar que la gata no lo lastimara, lo que debíamos hacer era cuidar que él no se acercara a la gata, dada la curiosidad natural de estos animalitos. Obviamente al principio hubo gruñidos y manotazos, pero todo dentro de lo normal, felizmente no hubo que lamentar nada malo.

Realmente el tiempo y la curiosidad compartidos entre ambos gatos, fue haciendo más tolerable la convivencia entre ellos. Sin prisa, pero sin pausa se fueron acercando y conociendo cada vez más y mejor, con lo cual fuimos dejando de preocuparnos por que la gata lastimara al gatito recién llegado.

Hoy en día, no es que sean compinches, eso definitivamente no va a suceder, pero digamos que pueden mantener una relación de tolerancia aceptable que ayuda a la convivencia inter felina, claro que no todas son rosas, Basqui por momentos es muy intenso y a Blue no le gustan las medias tintas, y solemos escuchar sus breves escaramuzas.

Hoy visto a la distancia, ha sido un viaje muy interesante, el proceso de reconocimiento entre los felinos. La naturaleza curiosa de Basqui, se topa de frente con la cautela antipática de Blue.

Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, Basqui está echado dormitando frente a mí, en la mesa que tenemos en el balcón, aprovechando el poco aire fresco que corre en este tórrido verano que estamos atravesando en Buenos Aires.