Que hace
algún tiempo pinto, no es un secreto. Que hago fotografía, tampoco. Que escribo
en los papeles que ya no sirven en el trabajo, nadie lo sabe. Bueno ahora sí.
Cuando se
incorpora la mirada artística a la propia vida, todo cobra un sentido nuevo,
otro significado, no exagero. Hoy en día ya no podría concebir mi vida alejado
de papeles, pinceles, lápices, colores…
La mirada cambia totalmente. Yo voy por la
calle y esto es verdad, miro proporciones, perspectivas, sombras, texturas, regla
de cuartos, formas, también escucho sonidos, me detengo a oír y ver cosas que
estoy absolutamente seguro, no cualquiera puede o sabe hacer. No es jactancia,
es aprendizaje.
Los distintos
talleres y cursos de artes visuales y fotografía, incluso aquel lejano taller
literario que supe hacer hace ya tanto tiempo, me han servido mucho, muchísimo.
Esas experiencias de iniciación fueron las que han ido abriendo la cabeza a un
mundo que convive con el mundo “real” de la vida diaria. Me siento privilegiado
por poder disfrutar de ese conocimiento, por tener un espacio para crear y esto
es a lo que quiero realmente apuntar: la creación.
El acto de
crear es algo único.
Recuerdo,
mejor dicho me recuerdo a mi mismo hace unos... treinta años? Wow… increíble pero real, queriendo escribir.
Bueno, realmente escribía y eso fue mi primer experiencia como creador. Creaba
historias. Inventaba historias con forma de poemas y cuentos y también fallidas
novelas que nunca supe como continuar, tengo unas cuantas empezadas y sabe Dios
que nunca llegaré a terminar. Pasaba horas por las noches poniéndole palabras a
mis sueños. Me acuerdo como si fuera hoy. Cualquier cosa podía inspirarme para
escribir algo. Una imagen, un dibujo, una situación. En verdad creo que
funciona así. Me dormía muy tarde escribiendo y escuchando música, infaltable.
Me daba una sensación de libertad e independencia. Y también leía. Leía
bastante, libros no me faltaron afortunadamente. Luego vinieron mis primeras
experiencias pictóricas. Autodidactas. Claro que tengo que reconocer que había
visto a mi papá muchas veces dibujando y pintando desde que era muy chico.
Pero yo
quería tener mis propios lápices y pinceles. Y los tuve. Y los tengo y los
seguiré teniendo. Colores a través de témperas, acrílicos, oleos, pasteles,
tinta, papeles. Comencé a probar y a experimentar y aún lo hago, eso es lo
maravilloso, que nunca se deja de jugar con el arte. Tablas, cartones, papeles,
telas y bastidores hechos por mí, el piso, una pared, la arena, todo sirve para
expresarse.
Los sueños
buscan salir a la luz de cualquier manera, se expanden sirviéndose de cualquier
elemento que pueda conseguir, una forma, un sonido, una palabra, un trazo, una
emoción.
Recuerdo de
aquellos primeros años, mis experimentos con las palabras en el espacio del
papel. Podía utilizar un lápiz, una lapicera, una pluma con tinta, un pincel,
la máquina de escribir. Lo importante era
escribir, poemas con formas caprichosas, palabras unidas por el sonido
apenas, traídas a la superficie del sonido tal vez por sus formas, por la
consonancia. También por los silencios. Qué importante es el silencio como lo
es el papel en blanco o el espacio vacío. Cuanto significado cobra ahora ver un
poema con su estructura aparentemente quebrada, un poema atravesado de
silencios, sentidos interminables e infinitos leídos una y otra vez. Puntos
suspensivos, comas, signos de admiración, de interrogación, comillas,
paréntesis y tantos símbolos dándoles tanto sentido a un poema.
Palabras
tras palabras hilvanadas detrás de un sueño, de una idea, de una ausencia, de
una presencia. Sentía que había tanto por escribir y eso no ha cambiado,
siempre hay tanto por escribir. Por aquellos días mis poemas consumían varias
páginas, ahora en una página puedo albergar varios poemas. A veces son solo
frases que encierran o despiertan sentidos. Hoy tienen esas formas tal vez un
poco diferentes a los de ayer, pero en el fondo siguen diciendo lo mismo. “La
canción siempre es la misma”.
Ir a Bellas
Artes, definitivamente me abrió una puerta que hasta ese momento tenía vista y
no había tenido la oportunidad de conocer. Realmente me permitió entender que
si la necesidad de expresarse está, no debiéramos nunca negarnos a hacerlo. Yo
hasta ese momento había tenido cierto “respeto” por el arte, esa clase de
respeto casi prejuicioso, porque simplemente uno no se siente capaz de hacer
cosas. Cuánto tiempo había perdido hasta ese momento, realmente. Pero mejor
tarde que nunca. Aprendí la teoría necesaria para poder perder ese “respeto”
por el arte y entender finalmente que cualquiera puede acceder a ese mundo.
Solo es necesario atreverse, todo es permitido. Es probar, experimentar, mucho
ensayo y error para poder llegar a “ver”. Hoy me siento feliz de llegar a casa
y poder hacer algo luego de haber estado un día pensando el cómo.
Eso me hace
bien, poder trabajar con materia para darles una forma que me busca a mí, más
que yo buscarla a ella. Mezclar colores, materiales, texturas, técnicas y quien
sabe que más… Y siento que apenas estoy comenzando, eso es lo más emocionante.
Mientras
escribo esto, miro algunos de los cuadros que pinté, y los siento observándome
y me siento orgulloso por haber llegado a ellos, por haberles dado vida. Eso
siento. El proceso puede ser más o menos largo desde que comienzo por alguna
parte. Ya lo dije antes, puede ser una idea, una imagen, una mancha, un recorte
de papel, un pliegue del papel o del cartón; miro los pasteles sobre la mesa, o
los acrílicos, o los pinceles, una carbonilla, un lápiz de grafito 4B, tinta
china, lápices de colores, marcadores, objetos variados, pedazos de madera o de
plástico, etc… son tantas cosas de las que puedo servirme para sacar afuera eso
que permanece adentro.
Esta misma
notebook me permite decir esto y poder compartirlo. Es una herramienta más. Tan
válida como los pasteles al óleo que me fascinan por la nobleza de su materia,
sujetarlos mientras los deslizo sobre un papel, un cartón, sentir su olor me
hacen feliz. Poder darles calor con mis
manos para hacerlos más corredizos, más amables, más míos… Me miro las manos
enchastradas de pastel, de acrílico, de tiza, de tinta, de plasticola y siento
que no podría estar haciendo otra cosa, siento que no podría estar en otro
lugar en ese preciso instante.
También me
sucede hace menos tiempo, pero también es una sensación poderosa, con la
fotografía. La descubrí hace relativamente poco y siento que la conozco de toda
la vida, parece una cursilería, pero es la frase que mejor refleja lo que
siento. Buscar y “crear” una imagen también es algo increíble. Transmitir algo
a través de una fotografía es algo realmente poderoso. En fin, estoy hablando
del poder y el valor de una imagen. Es el valor que tiene algo captado por los
sentidos. Eso es traducido por el cerebro y produce un estado de ánimo. Eso es
lo poderoso del arte. Uno conmueve a través de la creación.
Lo pienso y
suena algo pretensioso, pero es lo que siento. Haciendo esto que amo, es cuando
más auténtico me siento. Definitivamente soy yo. No hay máscaras, no hay
excusas, no hay prejuicios, no hay impostación, no hay personaje. Si leés algo
que escribí alguna vez, hace un mes, un año, diez, quince o más me estás
leyendo a mí. Si mirás algo que dibujé o pinte la semana pasada, o hace cinco
años o hace diez, también soy y o, vas a saber de mí, vas a conocerme sin saber
quien soy. Si te colgás con una foto que subía al FB ayer o la semana pasada o
el año pasado, también me conocerás un poco más.
Yo no voy a
hablar de mí porque hoy te puedo decir algo que tal vez mañana me parezca
ridículo y al día siguiente haya olvidado, porque soy humano ni más ni menos.
Porque creo que el ser humano es contradictorio porque es la naturaleza de la
especie. ¿Qué quiero decir con esto? Que hay cosas que no debemos tomarnos tan
en serio. La vida es una sola.
Pero si se te ocurre pasar por algo que hice,
entonces siempre voy a ser yo. Todo el tiempo siempre.
Es una
invitación apenas, nada más y nada menos.
Gracias.