martes, 23 de febrero de 2021

Las medias de distinto color

 

Se vistió tan rápido como pudo, cuando llegó a la calle, se dio cuenta que tenía dos medias diferentes.

Así había comenzado su día.

El despertador sonaba todos los días a las 6:45, aquel día no lo oyó. Cuando el rayo de sol que entraba todos los días por la ventana, toco su cara, lo siguiente que vio fugazmente fueron los dígitos del reloj: 7:25. El ritual diario de despertar y tomarse un breve momento para desperezarse, ese día estuvo ausente. Tuvo que obviar todo lo demás, las flexiones en el piso, la limpieza de sus dientes, el café de cápsula, las tostadas y darle de comer a su gata.

En la calle y aún aturdido por haberse levantado tarde, no pudo reconocer nada, porque a la hora que llegó a la vereda, 7:50, el mundo era diferente.

¿Cómo podía haber cambiado tanto el mundo en apenas una hora?

Corrió hasta la boca del subte y se encontró con más gente que lo habitual, se sentía como un extraño, en una ciudad diferente; incluso en el puesto de diarios, no estaba el canillita de siempre, en su lugar había un hombre de piel aceitunada, bigotes tupidos y gesto huraño.

No era la primera vez que se quedaba dormido por la mañana, pero ese día, sin saber por qué, era diferente. Porque hasta el subte le pareció distinto cuando lo abordó, pero todo lo atribuía al horario diferente. Y qué decir de las personas, porque también las personas se le antojaban distintos y le había parecido que no los podía entender al hablar, ¿tan dormido podía estar? –Turistas (se dijo, a modo de consuelo) pero que raro, no suele haber turistas en esta parte de la ciudad. Ciertamente el subte línea D, a veces podía ser algo cosmopolita, pero un miércoles a las 8:15, sonaba raro.

Buscó su celular para avisar que llegaría tarde, pero no consiguió señal para enviar el mensaje. Las siete estaciones que debía recorrer se hacían eternas, sin embargo, notó algo extraño, mientras intentaba con el teléfono enviar infructuosamente el mensaje, ¿en qué estación estaba o al menos cual acababa de dejar? No podía identificarla, porque los carteles eran diferentes, le resultaban ilegibles, no entendía el lenguaje ¿qué estaba pasando?

Cuando el tren finalmente se detuvo, no lo dudó y se bajó. Nada le era familiar en aquella estación subterránea, ni las publicidades, ni los carteles indicativos, ni las personas que trajinaban junto a él, le pareció ver multiplicado el rostro del encargado del puesto de diarios, no exactamente, pero muy parecidos a aquel, eran hombres con gestos distantes, serios, algunos con bigotes, otros con bigote y barba, la prenda que usaban eran oscuras, de tonos grisáceos y le llamó la atención no haberse cruzado con mujeres, ni una sola mujer desde que había bajado a la calle, desde su departamento. ¿Qué estaba pasando?

Y no entendía lo que hablaban, no entendía la lengua de aquellos hombres tan iguales entre sí y tan diferentes a él.

Llegó finalmente a la calle, hacía frío, estaba nublado, inútilmente trató de comunicarse con alguno de aquellos hombres, lo miraban extrañados, sin comprenderlo, casi con temor, tampoco podía utilizar el teléfono, no tenía servicio.

Aterrado avanzó por la vereda, tratándose de comunicar con alguien, las personas que se cruzaba lo miraba con desconfianza sin comprenderlo. Sentía frío, llevaba una remera celeste que contrastaba con la ropa de abrigo oscura de aquellas personas.

Se detuvo por un momento tratando de pensar, lo primero que se le ocurrió era que aún estaba dormido, eso era, se tranquilizó esperando despertar pronto. –Vaya susto, les contaría a los muchachos el jueves cuando se reuniera con ellos a jugar al fútbol, -una locura, me quedé dormido y me desperté en otro lugar... Pero no despertó.

Trató de hablar nuevamente con las personas, pero se alejaban de él. En la esquina, vio lo que parecían ser policías. Se acercó hablándoles a los gritos y visiblemente nervioso, no se le entendía que decía, ellos no le entendían, se miraban entre sí. Él tomó por el brazo a uno de ellos, para poner énfasis al tratar de contarles la desesperante situación que estaba atravesando. Los agentes al mirarse entre sí, asintieron con la cabeza sin decir nada, uno de ellos se separó un poco para comunicarse por radio, mientras el otro a su vez sujetó firmemente al pobre infeliz que vociferaba y lloraba desesperado, sin hacerse comprender.

No pasaron muchos minutos hasta que apareció un móvil policial de color azul oscuro y luces rojas, cuando llegó, ambos agentes sujetaron al desesperado protagonista de esta historia, lo inmovilizaron con los brazos detrás del cuerpo colocándole un precinto plástico, y lo subieron rápidamente al vehículo.

-Este es el que nos faltaba, ya están todos localizados y asegurados.

-Es muy raro que algo así suceda, posiblemente un bucle del programa, haya causado este inconveniente. Los técnicos se encargarán.

-Dicen también que a veces los programadores insertan pequeños saltos, algún algoritmo defectuoso a propósito para divertirse, para ver qué sucede, como una canilla goteando infinitamente, una llave de luz, que no la apaga, un par de medias de distintos colores.

                        

domingo, 14 de febrero de 2021

El cajón de madera

 Últimamente me encuentro “buceando” en mis recuerdos de infancia. Supongo que la edad impulsa esta clase de actividad. Al ir convirtiéndome en una persona mayor, si es que ya no lo soy, va surgiendo la necesidad de recordar hechos, momentos, instantes de mi pasada infancia.

El recuerdo que voy a referir, es un fragmento, digo, apenas es un recuerdo. Yo viví buena parte de mi infancia en el campo, y digo esto porque pasar los tres meses de vacaciones de verano, es hablar de buena parte de la infancia. Y eso sin duda, marcó la mía. Tengo delante de mí un sin número de imágenes vívidas de aquellos momentos, como nítidas fotografías a color. Y repito que son fragmentos, no son recuerdos completos, fragmentos que quiero reconstruir. Tengo en mi memoria haber sido oyente involuntario de las historias contadas por los mayores: tíos/as, abuelos/as, tíos/as abuelos/as y otros adultos que ya no recuerdo quienes eran, pero que allí estaban. El recuerdo al que me refiero, no es nada agradable, diría más bien cruel.

Cierto día estando allí, ya no sé exactamente dónde oí esta historia, junto a otros de la familia, recuerdo haber oído la historia de un niño pequeño, de tal vez uno o dos años, hijo de ya no sé quiénes, y que aparentemente había nacido con alguna clase de retraso madurativo, esto lo agrego yo, porque no es lo que deben haber dicho originalmente, pero era por cierto el último nacido de varios otros hijos de esa familia. Lo que si recuerdo es que estaban contando que lo tenían dentro de un cajón de madera, de frutas podría ser. Debido a que no era “normal”, lo tenían allí, prácticamente como un pequeño animal, semidesnudo, sucio con sus propias miserias, desatendido, al no poder ni saber ocuparse de él su propia familia. Reitero que esto lo estaba contando alguien de mi familia y que supuestamente, había sucedido en otra familia tal vez parienta de la mía. En fin, es lo que recuerdo. No hay mucho más que agregar, solo que la imagen de un niño pequeño, dentro de un cajón de madera, desnudo, sucio, arrastrándose allí, delante de su familia sin que nadie tuviera la más mínima compasión, me ha ido persiguiendo desde hace muchos años. Y quería compartirla antes de olvidarla. Porque el olvido va haciendo agujeros cada vez más grandes en mi memoria.

sábado, 13 de febrero de 2021

Carta

 

Wilde 10 de febrero de 2021

 

Querido don Ernesto:

            Si bien hace casi diez años que nos dejó físicamente, su presencia alcanza para cubrir cualquier ausencia aparente.

            Pocos argentinos como usted, sintió y amó tanto a nuestra querida Patria, así con mayúscula como gustaba escribirlo y que en realidad usted hubiera preferido llamar Matria, por el sentimiento maternal hacia la tierra que nos vio nacer a nosotros y nuestros ancestros. Tierra sobre la cual se derramó tanta sangre de hermanos, en pos de la construcción de una nación, nuestra nación.

            Leo y releo sus palabras tratando de encontrar algún indicio, alguna respuesta, algo entre líneas, que me permita sobrellevar la carga de la existencia, algo que me permita entender tanto dolor e injusticia. Repaso las páginas de sus libros una y otra vez, tratando de encontrar el consuelo ante la inequidad y la indiferencia, de unos contra otros. Y lo que encuentro son aquellos personajes que poblaron sus novelas, seres ficticios que nos han demostrado la fragilidad, pero a la vez la fortaleza, del ser humano. Personajes universales, que, a pesar de todo, eligen la vida.

            Agradezco al Universo haberme cruzado con sus libros, don Ernesto, agradezco sus amables palabras impresas en ellos, pero también las manuscritas que me dedicó alguna vez.

            Espero esté bien allí, donde esté. Quiero que sepa que no hay día que pase sin recordarlo. Un abrazo grande y gracias.

Luis