Se vistió tan rápido como pudo, cuando llegó a la calle, se dio cuenta que tenía dos medias diferentes.
Así había comenzado
su día.
El despertador sonaba
todos los días a las 6:45, aquel día no lo oyó. Cuando el rayo de sol que
entraba todos los días por la ventana, toco su cara, lo siguiente que vio
fugazmente fueron los dígitos del reloj: 7:25. El ritual diario de despertar y
tomarse un breve momento para desperezarse, ese día estuvo ausente. Tuvo que
obviar todo lo demás, las flexiones en el piso, la limpieza de sus dientes, el
café de cápsula, las tostadas y darle de comer a su gata.
En la calle y aún
aturdido por haberse levantado tarde, no pudo reconocer nada, porque a la hora
que llegó a la vereda, 7:50, el mundo era diferente.
¿Cómo podía haber
cambiado tanto el mundo en apenas una hora?
Corrió hasta la boca
del subte y se encontró con más gente que lo habitual, se sentía como un
extraño, en una ciudad diferente; incluso en el puesto de diarios, no estaba el
canillita de siempre, en su lugar había un hombre de piel aceitunada, bigotes
tupidos y gesto huraño.
No era la primera vez
que se quedaba dormido por la mañana, pero ese día, sin saber por qué, era
diferente. Porque hasta el subte le pareció distinto cuando lo abordó, pero
todo lo atribuía al horario diferente. Y qué decir de las personas, porque
también las personas se le antojaban distintos y le había parecido que no los
podía entender al hablar, ¿tan dormido podía estar? –Turistas (se dijo, a modo
de consuelo) pero que raro, no suele haber turistas en esta parte de la ciudad.
Ciertamente el subte línea D, a veces podía ser algo cosmopolita, pero un
miércoles a las 8:15, sonaba raro.
Buscó su celular para
avisar que llegaría tarde, pero no consiguió señal para enviar el mensaje. Las
siete estaciones que debía recorrer se hacían eternas, sin embargo, notó algo
extraño, mientras intentaba con el teléfono enviar infructuosamente el mensaje,
¿en qué estación estaba o al menos cual acababa de dejar? No podía identificarla,
porque los carteles eran diferentes, le resultaban ilegibles, no entendía el
lenguaje ¿qué estaba pasando?
Cuando el tren
finalmente se detuvo, no lo dudó y se bajó. Nada le era familiar en aquella
estación subterránea, ni las publicidades, ni los carteles indicativos, ni las
personas que trajinaban junto a él, le pareció ver multiplicado el rostro del
encargado del puesto de diarios, no exactamente, pero muy parecidos a aquel,
eran hombres con gestos distantes, serios, algunos con bigotes, otros con bigote
y barba, la prenda que usaban eran oscuras, de tonos grisáceos y le llamó la
atención no haberse cruzado con mujeres, ni una sola mujer desde que había
bajado a la calle, desde su departamento. ¿Qué estaba pasando?
Y no entendía lo que
hablaban, no entendía la lengua de aquellos hombres tan iguales entre sí y tan
diferentes a él.
Llegó finalmente a la
calle, hacía frío, estaba nublado, inútilmente trató de comunicarse con alguno
de aquellos hombres, lo miraban extrañados, sin comprenderlo, casi con temor,
tampoco podía utilizar el teléfono, no tenía servicio.
Aterrado avanzó por
la vereda, tratándose de comunicar con alguien, las personas que se cruzaba lo
miraba con desconfianza sin comprenderlo. Sentía frío, llevaba una remera
celeste que contrastaba con la ropa de abrigo oscura de aquellas personas.
Se detuvo por un
momento tratando de pensar, lo primero que se le ocurrió era que aún estaba
dormido, eso era, se tranquilizó esperando despertar pronto. –Vaya susto, les
contaría a los muchachos el jueves cuando se reuniera con ellos a jugar al
fútbol, -una locura, me quedé dormido y me desperté en otro lugar... Pero no
despertó.
Trató de hablar
nuevamente con las personas, pero se alejaban de él. En la esquina, vio lo que
parecían ser policías. Se acercó hablándoles a los gritos y visiblemente nervioso,
no se le entendía que decía, ellos no le entendían, se miraban entre sí. Él
tomó por el brazo a uno de ellos, para poner énfasis al tratar de contarles la desesperante
situación que estaba atravesando. Los agentes al mirarse entre sí, asintieron
con la cabeza sin decir nada, uno de ellos se separó un poco para comunicarse
por radio, mientras el otro a su vez sujetó firmemente al pobre infeliz que
vociferaba y lloraba desesperado, sin hacerse comprender.
No pasaron muchos
minutos hasta que apareció un móvil policial de color azul oscuro y luces
rojas, cuando llegó, ambos agentes sujetaron al desesperado protagonista de
esta historia, lo inmovilizaron con los brazos detrás del cuerpo colocándole un
precinto plástico, y lo subieron rápidamente al vehículo.
-Este es el que nos
faltaba, ya están todos localizados y asegurados.
-Es muy raro que algo
así suceda, posiblemente un bucle del programa, haya causado este
inconveniente. Los técnicos se encargarán.
-Dicen también que a
veces los programadores insertan pequeños saltos, algún algoritmo defectuoso a
propósito para divertirse, para ver qué sucede, como una canilla goteando
infinitamente, una llave de luz, que no la apaga, un par de medias de distintos
colores.