Últimamente me encuentro “buceando” en mis recuerdos de infancia. Supongo que la edad impulsa esta clase de actividad. Al ir convirtiéndome en una persona mayor, si es que ya no lo soy, va surgiendo la necesidad de recordar hechos, momentos, instantes de mi pasada infancia.
El recuerdo que voy a
referir, es un fragmento, digo, apenas es un recuerdo. Yo viví buena parte de
mi infancia en el campo, y digo esto porque pasar los tres meses de vacaciones
de verano, es hablar de buena parte de la infancia. Y eso sin duda, marcó la
mía. Tengo delante de mí un sin número de imágenes vívidas de aquellos momentos,
como nítidas fotografías a color. Y repito que son fragmentos, no son recuerdos
completos, fragmentos que quiero reconstruir. Tengo en mi memoria haber sido
oyente involuntario de las historias contadas por los mayores: tíos/as, abuelos/as,
tíos/as abuelos/as y otros adultos que ya no recuerdo quienes eran, pero que
allí estaban. El recuerdo al que me refiero, no es nada agradable, diría más
bien cruel.
Cierto día estando
allí, ya no sé exactamente dónde oí esta historia, junto a otros de la familia,
recuerdo haber oído la historia de un niño pequeño, de tal vez uno o dos años,
hijo de ya no sé quiénes, y que aparentemente había nacido con alguna clase de
retraso madurativo, esto lo agrego yo, porque no es lo que deben haber dicho
originalmente, pero era por cierto el último nacido de varios otros hijos de
esa familia. Lo que si recuerdo es que estaban contando que lo tenían dentro de
un cajón de madera, de frutas podría ser. Debido a que no era “normal”, lo
tenían allí, prácticamente como un pequeño animal, semidesnudo, sucio con sus
propias miserias, desatendido, al no poder ni saber ocuparse de él su propia
familia. Reitero que esto lo estaba contando alguien de mi familia y que
supuestamente, había sucedido en otra familia tal vez parienta de la mía. En
fin, es lo que recuerdo. No hay mucho más que agregar, solo que la imagen de un
niño pequeño, dentro de un cajón de madera, desnudo, sucio, arrastrándose allí,
delante de su familia sin que nadie tuviera la más mínima compasión, me ha ido
persiguiendo desde hace muchos años. Y quería compartirla antes de olvidarla.
Porque el olvido va haciendo agujeros cada vez más grandes en mi memoria.
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