lunes, 9 de noviembre de 2015

Mi mamá me dio la mano.

Debo aclarar que lo que sigue a continuación, lo comencé a escribir hace un par de semanas, refiriéndome, como verán, al día de la madre.

"Después de algún tiempo que llevo sin dejar nada escrito por aquí, supongo que es tiempo de tratar de escribir algo. Aunque no siempre se logra escribir tanto como se quisiera. En fin, trataré.
Acabamos de terminar este domingo 18 de octubre, día de la madre para nosotros los argentinos. Cada quien agasajó lo mejor que pudo o supo a su mamá (quienes la tienen por supuesto), una vez más rendimos culto a una tradición que año a año (como tantas otras también) nos hace reflexionar sobre el valor de la misma.
Hacemos regalos, escribimos conmovedores pensamientos (acaso este pretende ser uno de ellos), preparamos comidas ricas, nos reunimos, nos alegramos, nos emocionamos, no enojamos también, nos preocupamos, nos ocupamos por supuesto, revalorizamos -por qué no- el significado de la maternidad. Y cada uno a su manera, venera y agasaja a su mamá. Por supuesto que para muchos, esta fecha es de tristeza, porque su mamá ya no está. Pero permanece su recuerdo y lo que queda entonces, es su memoria."

Hasta aquí lo escrito con anterioridad. Y ahora sigo.
Continuando en cierta forma con esta cuestión de la celebración de la maternidad, debo decir que con motivo de haber tenido en mi casa a mi viejita, desde el domingo y hasta el mediodía de hoy lunes, tuve la oportunidad de darme cuenta de algunas cosas.
Mi viejita, realmente está viejita. Tiene 82 años y se les nota, lamentablemente. Su estado me está haciendo reflexionar constantemente sobre el paso del tiempo y de algunas cosas que parecieran repetirse pero al revés, si vale la analogía.
Ayer estuvimos paseando un rato antes del mediodía, por el parque que rodea aquí donde vivo. Caminamos un rato, tratando de no agotarla. Su paso inseguro, tal vez recuerde otros caminos más ágiles. Y en ese camino, desconocido para ella, la sorpresa por las cosas que veía a su alrededor me llevó a mí a mi propia infancia, cuando seguramente era ella la que me llevaba a pasear. Y era yo el sorprendido por el mundo que me rodeaba. Era yo el asombrado por cosas comunes y corrientes.
Hoy son las plantas principalmente, aquello que más llama su atención y tranquiliza, creo yo. Porque tal vez la remite al único lugar en donde ella se siente segura, rodeada por aquello que amaba hacer: cuidar de sus plantas.
Esta mañana mientras caminábamos por la calle, luego de hacer algunos trámites propios de viejitos, me agarró de la mano para que la llevara. Sentí como que el tiempo retrocedía, sentí algo muy extraño y fuerte, yo la llevaba a ella, sentí su manito tibia, suave, pequeña, tal vez como ella debe haberla sentido cuando yo era chico. Puedo asegurar que ese andar suyo, tambaleante que yo percibía a través de su mano, era el mismo que ella debe haber sentido hace más de 40 años, cuando me llevaba al jardín de infantes. Fue como un viaje en el tiempo. Un viaje a un pasado ido para siempre.
¿Son acaso los recuerdos el mejor refugio para escapar de una realidad incomprensible?
Yo vengo a darme cuenta de eso ahora, cuando cada vez pienso más en el niño o joven que fui. Pienso cada vez más, cuanto más años acumulo. Y no es que quiera evadir esta vida que estoy eligiendo permanentemente, pero a veces siento que recordar buenos momentos, hace más grato el camino, siento como que lo hace más familiar. Así lo siento.
Cuando observo ahora a mi viejita, veo los estragos que hace la vida algunas veces. Una y otra vez me pregunto, sin respuesta visible por ahora, ¿porqué? Pero el silencio no me dice nada.
Mi mamá tuvo una vida como las de antes. Difícil, dura, llena de dolor y sufrimiento. Criada como se criaba antes a los hijos, con severidad e incluso con algo de crueldad. Claro que ella no lo admitiría nunca, porque fue educada pensando que así debían ser las cosas. Un padre severo, como dije, y tal vez una madre que hacía lo posible para mantener el hogar. Mi mamá tuvo una educación muy pobre hizo según recuerdo varias veces el 3er grado, en una escuela donde una de sus tías era maestra y no había más grados que ese. Aprendió a leer y escribir y con eso era suficiente. Desde muy chiquita, montaba a caballo y trabajaba en el campo, no recuerdo que haya mencionado alguna vez a que jugaba, imagino a su padre, mi abuelo materno por supuesto (y que solo conocí en fotos) que estaría muy molesto por no haber tenido más hijos varones para las duras tareas del campo. Y los que tuvo no fueron suficientes. Mi abuela ya tenía una hija cuando formó pareja con mi abuelo, pero tengo entendido, no toleró que ella se criara bajo el mismo techo. Y fue criada por alguien más, una tía tal vez. Así de cruel y severa era la sociedad por aquellos días.
Trabajaban de sol a sol y ese patriarcado marcó tal vez, lo que serían las futuras generaciones de esa familia, la nuestra, para bien o para mal.
Volviendo a mi mamá, cuando hoy íbamos caminando, por un ratito me se sentí bien. En ese breve instante, tuve algo así como esta revelación. Yo llevando a mi mamá que me llevaba a mí.
Vienen tiempos difíciles, de difíciles decisiones. Cada noche me duermo pensando y preguntándome qué hacer en este momento. Y la respuesta invariablemente siempre es la misma: no se.
Cada instante chiquito que estoy con ella, se que me hace mejor a mí que a ella. Se que por su enfermedad, ha perdido montones de recuerdos, por los agujeros en su memoria, se le han ido pedazos enteros de su vida. Los únicos que le quedan, que atesora son de aquellos días pasados, muy lejanos en que ella podía con casi todo, porque para eso fue criada y educada. Para mantener una casa, criar hijos, servir y atender un marido, pese a todo. Sin proferir queja alguna.
Los tiempos han cambiado y hoy las cosas son muy diferentes, el mundo es muy diferente a como ella lo conoció. Hoy su mundo se ha vuelto pequeño, con una realidad para ella inexplicable, incomprensible, sin lógica.
El mundo de hoy no reconoce a los viejitos, son solo números en un banco, en un organismo del gobierno, en una sala de espera, en una farmacia. Son solamente una excusa para seguir siendo los hipócritas que mienten sin escrúpulos. Pero esta lacra no vale la pena ninguna mención.
Esta noche me siento un poco triste por todo esto, porque si hubiera algún modo, haría que ella esté un poco mejor que ahora.
En fin, supongo que también esto es un desahogo por no poder ser el hijo que ella merece. Porque sé que lo que hago no alcanza. Nunca podría alcanzar.
Leí alguna vez que lo que uno le debe a sus padres, tiene que dárselo a sus hijos. Algo de cierto debe haber en esto. Pero aún así siento que no es suficiente aunque supongo que el tiempo tendrá la última palabra.
Mañana "la vida continuará", sin enterarse de nada.
Algún día mi mamá, doña Mary, será un hermoso recuerdo para quienes la conocieron.
Espero que si alguna vez me toca una enfermedad cruel, me permita conservar algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Solo eso pido.
Buenas noches.








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